JM: ¿En qué momento de tu vida el arte se convirtió en el camino a seguir?
NA: Toda mi vida tuve un vínculo con crear, con inventar, un universo imaginario muy rico en el juego. Empecé teatro a los 8 años y nunca hice otra cosa… fue algo muy natural, un espacio muy propio, así que en la adolescencia ya tenía decidido que esa ya era mi vida y profesionalmente me iba a seguir profundizando, incluso nunca dejé de estudiar. Llevo casi 25 años haciendo y estudiando teatro, no conozco vivir sin esto.
JM: ¿Cómo definirías mi relación con el escenario?
NA: Mi relación con el escenario es algo religiosa, hay una actitud devota en mí, entendiendo que en el teatro está la libertad absoluta (que no es lo mismo que el libertinaje) incluso en la obra Aktrissa Chayka, lo que me preguntas es la clave, porque no es una obra en su concepción clásica, es una oda… hay una parte que es un poema que le escribí al teatro hace unos años y en un fragmento dice: “Dejé que me pegues, que me rompas, que me acaricies en pisos fríos con luces de fuegos, yo voy hacia ti como insecto hipnotizado, voy como arcángel perdido en el tiempo, voy como rama quebrada al río de tus maestros, dame luz en los ojos, que yo traigo los demonios internos.” Mi existencia está marcada por todas las cosas que vivi en el escenario, cuando pienso en un evento de mi vida pienso ¿qué obra estaba haciendo en ese momento?… No soy una persona con una fe tradicional, mi fe está puesta en esa relación efímera y triangular entre la actriz, el personaje y quien me mira.
JM: ¿Qué sentimientos o sensaciones te genera luego de cada función?
NA: Es curioso, porque a veces la sensación es de alivio, a veces éxtasis, a veces miedo, a veces siento más miedo al final de la obra que antes, creo que tiene que ver con la sensación de pérdida, al teatro venimos a perder, no a ganar. A dejar fragmentos de intentos, de presente. Después de una función tenemos que ser diferentes, quiénes actuamos y quiénes expectan. Tenemos que cambiar, para eso nos reunimos. Yo cambio en cada función, muero, resucito, es de donde viene este ritual, de la naturaleza que transmuta constantemente. Generalmente después de Aktrissa Chayka no tengo palabras, creo que eso es algo bueno.
JM: ¿Cómo observas hoy los primeros proyectos?
NA: Mis primeros proyectos los observo con cariño y gratitud, hay una línea de búsqueda bien clara en el recorrido que fui haciendo, sobre todo en una búsqueda de identidad discursiva y estética, trabajé muy poco en proyectos “ajenos”, es decir de ser convocada por otros artistas o ir a castings, desde muy joven comencé a realizar mis propias producciones y solo participar en lo que verdaderamente me motivara artísticamente, no creo que tenga “el oficio de actuar” en el sentido de poder actuar cualquier cosa, lo que haga debe tener para mi sentido político, filosófico, debe estar claro que estamos diciendo con lo que hacemos. Claudio Gatell fue una de las personas que fomentó en mi a hacer este camino, y uno de los pocos directores con los cuáles trabajé con plena confianza, con los ojos cerrados. Pero desde que empecé a escribir y a actuar lo que escribo… y a dirigir lo que actúo, todas las obras están vivas, piden volver y no cambiaría nada de esos procesos, incluso de las más complejas con tantos personajes, como Flores Suspiran Mujeres, Diciembre en Llamas o Los Malcriados.
JM:¿Cómo recibiste el libro de la obra?
NA: Yo leo La Gaviota, de Anton Chejov, cuando tenía 18 años, Nina es un personaje que impacta a cualquier joven actriz que está con deseos de entregar su vida a este arte, yo hago un espejo constante con ella, por su pasión, ella entrega todo a un sueño, en el medio es destruída, pero ella coloca toda su esperanza en el teatro. Me propuse escribir una obra dónde ella sea la protagonista, esto se me ocurrió después de leer “El cuaderno de Trigorin” de Tenesse Willians dónde el autor hace su propia versión.
Hay algo más fundamental que compone al texto y fue encontrarme con la biografía de Anton Chejov escrita por IRENE NÉMIROVSKY, allí descubro la vida de Vera, la primera actriz que interpretó a Nina en La Gaviota, dirigida por Stanislavski, es ahí cuando veo la posibilidad de construir una dramaturgia en capas, como una muñeca rusa, una actriz dentro de otra actriz, dentro de otra actriz. El texto siguió mutando en los ensayos. Cuando le di el texto a Claudio le gustó mucho y comenzamos a trabajar de nuevo juntos.
JM: ¿Cómo fue el proceso de aprendizaje a lo largo de tu carrera?
NA: Mi proceso fue continuo, sin pausas, muy rico en experiencias. Comencé en el viejo Teatro Terrafirme de Moreno, ciudad conurbana de dónde vengo, luego de hacer muchos cursos intensivos en la Ciudad de Buenos Aires, con diferentes maestras y maestros me formé oficial y pedagógicamente en la Escuela de Teatro de Morón, durante ese periodo estuve en el Estudio de Marcelo Savignone durante cinco años, hice un instructorado y un profesorado internacional de Yoga, y realicé la diplomatura en construcción y actuación en máscaras de la Universidad de San Martín, también estudié en Londres y París, en la Escuela de Jacques Lecoq, viajé muchísimo haciendo teatro y participé de diversos festivales, allí una aprende un montón, sobre todo de la diversidad de formas de abordar este arte, de las perspectivas y el lugar que ocupa el teatro según la cultura que lo abriga. Actualmente realizo mi tesis de maestría en la Universidad Nacional del Centro de la provincia. de Buenos Aires, a la vez sigo yendo a clases con Cristina Banegas, y realizo Alba Emoting con Andrea Bañuelos, y estoy muy feliz de seguir aprendiendo. Aprender nos hace bien, nada más obtuso en esta profesión que pensar que lo sabemos todo.
En todo este camino fui eligiendo lugares donde el teatro esté por encima de lo individual y dónde veía que no me sentía parte de la filosofía impartida me retiraba sin culpas, pero en toda esta trayectoria -que es tan rica- siento que todos mis aprendizajes están conectados, unos con otros, dialogan entre sí y no hay grandes contradicciones.
JM: ¿Cómo fue el proceso de la obra?
NA: Cuando comencé a escribir esta obra tenía, 19, 20 años. En ese momento me pareció que era algo que necesitaba de otra experiencia y me dije a mi misma que la iba a estrenar a los 30. (Algunas amigas se ríen de mis proyecciones a largo plazo, pero soy así, planifico en el teatro de esta forma) Me olvidé, pero a los 28 encontré el texto que había escrito, como si fuera el destino. A los 29 empecé a darle forma al proyecto y por distintos motivos sumamente inesperados, fue muy difícil transitar esos 30, que fueron durante el 2019. El texto, que retoma el universo de La Gaviota pero con la perspectiva de Nina después del suicidio de Treplev resultaba agobiante para mí, en parte porque durante los ensayos, en menos de 6 meses se suicida una persona muy cercana en mi circulo cotidiano y muere la compañera de mi papá. Esto impidió que yo pudiera estar preparada para actuar, era todo demasiado real, demasiado íntimo… nunca me imaginé que un año después iba a perder a Claudio.
La obra está rodeada de fantasmas… nace literalmente rodeada de ausencias que se resignifican. El proceso fue doloroso, pero a la vez mis experiencias previas con la muerte me hacen entenderla como algo que es parte de todo, lo cual es una obviedad, pero nos educan en esta cultura para negarla. La muerte es el vacío. Ese vacío nos es propio cuando aún estamos en este plano.
Durante el tiempo compartido en la sala/casa de Claudio vivimos momentos muy hermosos, momentos muy sensibles, algunos momentos prefiero guardarlos para mi, pero me parece muy importante destacar la admiración mutua que había entre él y yo. Discutíamos, sí, pero casi como si la discusión fuera una reverencia. Todo lo que está en la obra respeta el trabajo de Claudio como director y es por eso que cuando él falleció, antes de ver la obra terminada yo quise que él siguiera figurando en su rol y que el proyecto respete su estética, sus formas. Es curioso pero yo, e incluso el equipo -Luciana Murdocca (luces) Anahí Horacio (asistencia de dirección)- hablamos en términos de “qué diría Claudio”, cuando decimos “¡esto le hubiera encantado!” es muy fuerte, es respetar un legado y reivindicar a un director que merece ser reconocido por su arte.
JM: ¿Qué obra musical o texto sentís que te refleja?
NA: Me refleja el texto que escribió Vera Ferodovna en una carta… dice “Toma al personaje y siente como si todo te pasara personalmente. Y cuando hayas entrado completamente en esos sufrimientos o alegrías, en ese caos o paz, sólo entonces puedes recordar que esta no eres tú, que esta es otra persona, solo una cosa importa, la vida del alma en todas sus manifestaciones.” Es un texto hermoso, un manifiesto. Habla por un lado de una entrega en una dualidad y por otro reivindica en un aspecto muy amplio la actuación. Me parece bellísimo, y creo que es muy importante contar la vida de Vera.
JM: ¿Alguna reflexión que quieras compartir?
NA: Quiero agradecer al teatro porque nos salva. El teatro es seguro, el teatro es la reunión que necesitamos, el encuentro con nuestros espejos, el encuentro con el silencio. Me gustaría también compartir un poema de Claudio…
trayendo esta noche que viene con el viento
se hace nosotros en la historia
yo no quiero abandonar este dolor
porque también es mio
mi identidad
escribiendo palabras en la lluvia
que se borran al instante
se hacen agua y son mi nombre
esta conversación con el mundo
me habla de angustias y presagios
toda la felicidad
cabe en una lagrima
que es como el mar y sus navíos
fundando pueblos en poesía
para que sueñen estas sombras
que acompañan
jaurías que comen de mi hambre
son mi sed
son mi explicación y mi olvido
mi jungla donde orbito
mi sentido
ya me encontraré
se los prometo
esta sombra se acerca a cada instante
Claudio Gatell
Javier Moreira para Webidiario – PRENSA&ARTE